martes, 1 de junio de 2010

Sólo le diría: "le mintieron...", señala un huelguista que pide hablar con Calderón

Cayetano Cabrera, ingeniero de LFC, pertenece al grupo que empezó el ayuno el pasado 25 de abril
No dejaré que me lleven al hospital, afirma mientras uno de sus compañeros recibe atención médica
 
Fabiola Martínez
Periódico La Jornada
Domingo 30 de mayo de 2010, p. 15
 
Aquí estaban mis compañeros, dice Cayetano Cabrera, al tiempo que cuenta –con el índice derecho– ocho catres vacíos. Él pudo cumplir ayer 35 días en huelga de hambre. Yo no me voy, dice este ingeniero electricista, quien antes de trabajar en Luz y Fuerza del Centro (LFC) estuvo en Ferrocarriles Nacionales de México.
Ahí, (el presidente) Zedillo cerró la empresa, el líder sindical se vendió y los trabajadores no pudimos hacer nada. Hoy sí puedo participar en esta resistencia pacífica, porque el arma más poderosa es la ley. Soy de Oaxaca, donde somos gente terca; de ahí fue Benito Juárez. Mi padre luchó junto a Demetrio Vallejo (líder ferrocarrilero), así que, como él, estoy dispuesto a dejar todo, mi vida misma si es necesario, para mostrar mi coraje con este mal gobierno, expresa el ingeniero Cabrera, quien ya perdió 14 kilos. A su lado está su colega Jesús Alcalá.
Ellos forman parte del primer grupo de 10 electricistas que el pasado 25 de abril empezaron una huelga de hambre colectiva en el Zócalo capitalino, en protesta por la extinción de LFC, organismo que daba empleo a 44 mil trabajadores.
Resisten y esperan
De esa primera decena sólo quedan dos: los ingenieros, quienes, como otros 49 huelguistas apostados en la Plaza de la Constitución, y 17 mil 300 trabajadores más que no aceptaron su liquidación, resisten y esperan.
Cada uno tiene una historia que, invariablemente, redunda en la necesidad de no quedarse quietos, de no dejarse aplastar, pero, sobre todo –afirman– de dar a sus hijos un ejemplo de dignidad, porque desde el pasado 11 de octubre prácticamente no pueden ofrecerles otra cosa: todos ellos están desempleados.
Históricamente, esta forma de protesta ha sido considerada como último recurso, que en el caso del Sindicato Mexicano de Electricistas (SME) significa la antesala del fallo de la Suprema Corte de Justicia de la Nación sobre la constitucionalidad del decreto presidencial que dio por extinta a LFC.
Es sábado y el Zócalo está copado otra vez por la vendimia y la protesta social. En estos días, la Plaza de la Constitución es compartida por indígenas triquis, maestros de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación y por integrantes del SME; estos últimos colocaron sus carpas de cara a Palacio Nacional.
Los huelguistas han sido acomodados según la antigüedad en el ayuno. En la primera carpa y en la primera hilera de catres quedan sólo Cayetano y Jesús. Es su día 35, poco más de la mitad de lo que resistió, por ejemplo, el irlandés Bobby Sands, quien murió en la cárcel en el día 66 de ayuno, hace 29 años.
Es casi mediodía y entre el ruido de las obras en Palacio Nacional y de los vehículos que circulan por el Zócalo se escucha el arribo de una ambulancia hasta la puerta del campamento del SME. Ahí está otra vez el auxilio para llevarse a un trabajador al hospital; exactamente una hora después llegan por otro. Este episodio se ha repetido 32 veces en las últimas tres semanas. El 3 de mayo eran 83 huelguistas, hoy quedan 51, más siete en Toluca.
Hugo, uno de los dirigentes que está a cargo del campamento, hace un repaso de lo que necesitarán en los próximos días. Si bien hay provisiones suficientes (agua, miel y suero), posiblemente deban alzar ya un espacio para atender no sólo a quienes presenten descompensaciones, sino para aquellos que no acepten ser trasladados a un hospital.
El grupo se está reduciendo; quedan los más firmes o los más resistentes físicamente, ante el reto de no comer, de no abandonar este sacrificio; hay algunos que dicen que por ningún motivo los sacarán de aquí.
Unas 25 personas se encargan de auxiliar a los huelguistas. En la hilera de los catres vacíos está Jesús, quien afirma que mientras esté consciente no irá al hospital. Sus familiares pusieron un refuerzo de tablas en su catre para tratar de aminorarle los dolores en la espalda. Para este ingeniero, de 42 años, pesa más no tener trabajo que los dolores del ayuno. Por eso, pide al presidente Calderón una cita. Que me dé cinco minutos. Sólo le diría: nosotros, los del SME, podemos sacar adelante el suministro en el centro del país. Señor Presidente, le expresaría con todo respeto, la gente que está a su alrededor le ha mentido.

Fuente: La Jornada

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